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lunes, 18 de julio de 2011

Un té con limón (Primera Parte)


Beatriz era una anciana de avanzada edad que vivía sola en su hogar quien hace unos años había sido abandonada por su marido Arturo quién murió de un ataque al corazón. Desde entonces Beatriz se las ha arreglado sola para poder sobrevivir, bien saben todos que en los días en los que vivimos una anciana de casi 90 años es díficil que pueda yacer sola en una casa sin nadie que por lo menos ayude en la limpieza. Para su suerte todo el vecindario la ayudaba de vez en cuando. Unos arreglaban el jardín, otros traían algo de comida, o los más cercanos a ella ayudaban con las tareas del hogar. Pero Beatriz siempre tuvo un problema: confiar demasiado en las personas. Cada persona que llegaba a su casa para pedir algo de caridad era recibida por Beatriz como si fuera un viejo amigo. Les ofrecía algo para beber, tal vez algo de comer, o hasta el baño si necesitaba asearse por estar tanto tiempo en la calle. A  cada persona que decidía ayudar, Beatriz , les ofrecía una taza de te con limón, mientras le contaba la trágica historia de su marido fallecido unos años antes. Un día, un hombre algo desarreglado y sucio tocó a la puerda de Beatriz, pidiendo un poco de agua. Como era de costumbre ella lo dejo entrar pero advirtiendole amistosamente qe tendría que tomar un te con limón. Dentro de la casa el hombre, abusando de confianza, pregunto la ubicación del baño. La anciana le indicó como llegar pero le dijó que no podría acompañarlo hasta arriba, pues sus piernas le pesaban; ya no era la joven de hace años. Así es como el hombre subió las escaleras, en el trayecto, paso por un cuarto de huespedes que se encontraba con la puerta abierta, dentro se notaba modular con un espejo enorme de forma ovalada. Sobre el se posaba una caja rosada que se le salían por los bordes unos collares de perlas bastante importantes.  El hombre quizó contener sus ansias de robar, pero la escena era demasiado fácil; iba tomaba lo que podía , luego bajaba al primer piso, tomaba un vaso de agua y se marchaba. La anciana nunca se daría cuenta.  Entró torpemente por los nervios a la habitación, se dirigió directo a la caja que le había llamado la atención. Dentro habían joyas antiguas, seguramente no las habían usado hace mucho tiempo. Las tomo deprisa y salió del cuerto. Estaba cerrando la puerta cuando una voz lo hizó saltar de un golpe. Era la anciana que se encontraba en la punta de la escalera esperandolo con tranqilidad. Desconcentrado el hombre se dirigió hasta ella, con las joyas en el bolsillo, diciendo que se había confundido de puerta y que ya estaba listo para el te con limón que los esperaba abajo.

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